sábado, 8 de noviembre de 2008

Satisfacción



“Satisfacción”

Mi cliente me miró con incredulidad y contestó - ¿Aún queda salsa de tomate?

-Lo lamento, por el momento se nos terminó – le contesté.

Me dirigió una sonrisa casi imperceptible, la cual interpreté como un sinónimo de “buen trabajo”. El caballero se retiró y decidí continuar con mi trabajo.

-¡Siguiente! - grité. Nunca había visto a esta dama. Supongo que era su primera vez con nuestra compañía. Nunca me había tocado atender a una mujer, pero al ver su vestido Versace, sus zapatos Chanel y unos lentes oscuros de Gucci, pude inferir sus deseos. Arreglé mi tuxedo y el pin con mi número y me dirigí a la compradora.

- Buenas noches, bienvenida a Bond Burger, soy setenta y cinco ¿le interesaría el paquete cinco con papas y refresco? – la mujer dio una ligera carcajada.

- Eres bueno, pero no tanto. – me dio su tarjeta de cliente frecuente y la deslicé por el lector. Su perfil indicaba que era una clienta asidua de una de nuestras sucursales al otro lado del país. En realidad tenía unos gustos excéntricos para mis estándares.

- Hoy quiero intentar algo diferente, ¿qué me recomiendas? – me dijo.
Estaba seguro que iba a querer el cinco, pero por su historial pude ver que le encantaba el siete ligero y el muffin de desayuno con capuchino de vainilla. En efecto, su primer compra había sido el cinco sin refresco, pero el gran número de pedidos me hizo respetar a esta clienta aún más. Observé la imagen en la pantalla y empecé a contemplar qué recomendarle.

Le di varias opciones, las cuales rechazaba con elegancia. Le ofrecí el dos con ensalada, muy tardado; el siete con agua mineral, poco original; once con extra queso, muy ortodoxo; el nueve de pescado, de muy mal gusto. Pensé en ofrecerle el ocho de pollo con limonada, pero no, no quería arruinar otro uniforme el mismo día. Viendo que nada del menú actual satisfaría a esta mujer, decidí ser creativo.

- Estamos trabajando en una nueva adición al menú, aún está en etapa de prueba, pero podría interesarle – le mostré el borrador de la entrada del catálogo para la nueva orden. Su rostro se iluminó al leer la descripción de la preparación del número doce con papas.

- ¡Es perfecto! – me dijo, aplaudiendo silenciosamente. Entonces cambió su expresión, lo que indicaba que pensaba, y continuó - ¿puedo pedir cambio a aros de cebolla? – Me quedé perplejo. Nunca se me hubiera ocurrido esa combinación.

- No creo que haya problema – le dije. –Pero como aún está en etapa de prueba, no garantizamos que el tiempo de cocción sea muy exacto, por lo que puede tardar alrededor de dos horas -.

- Oh, – contestó. – Bueno, no hay prisa, creo que podré lidiar con él una semana más, aún tengo que enganchar al siguiente, esperaré. –

Le entregué el recibo después de cobrar el anticipo. Me alisté para ir a buscar a mi presa. Antes de salir del restaurante, vi la gran fila de clientes por atender y decidí que no podía dejar mi caja cerrada. Encendí mi comunicador y marqué.

- Noventa y nueve – dije.

- ¿Sí? – me contestó.

- Cincuenta y ocho, ochenta y seis y setenta y dos no pueden atender a todos, atiende mi caja mientras estoy fuera.

- Por supuesto – me dijo alegremente. En el fondo escuché unos gemidos de decepción. Supongo que 69 y 54 aún no creían que 91 y 95 estaban listos. Salí.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Tortura



“Tortura”

Rojo. Rojo carmesí. Rojo carmesí remojando mis manos. Rojo carmesí remojando mis manos que temblaban mientras el olor a ácido se esparcía por el lugar y el aroma de la carne quemada me enfermaba. Me encontraba arrodillado, en estado catatónico con un cuchillo en mi mano derecha y en el centro de un mar de carne destazada. El aceite que hervía me crispaba los nervios mientras el cadáver se retorcía.

Una parte de mí quería gritar. La otra se regocijaba en la euforia. El cuchillo seguía goteando. No sabía qué hacer. Los olores me mataban, me excitaban, me ponían lágrimas en los ojos y me hacían reír. Me encantaba mi trabajo, pero en todos mis años en la organización, jamás había tenido una experiencia tan desastrosa. Mi cliente esperaba respuesta de su encargo y yo sólo podía mantenerme en silencio mientras contemplaba el resultado de mis acciones.

No sé cuánto tiempo me quedé paralizado, pero los gritos de la mujer que entró por la puerta, me sacaron de mi trance. Se le había cortado la respiración al observar la escena. Supongo que lo que más le impactó fueron los residuos de cristal regados en el piso. Pero pudo recuperarse de la imagen enseguida. No esperaba menos de la 99, desde su primer día de entrenamiento era fría cuan enfermera del seguro social.

-“Setenta y cinco, esto no le gustará al jefe” me dijo mi compañera.
Ignoré la mención del 21 y me concentré en el comprador. -“¿Aún está afuera?” -pregunté.

-“Sí, te está esperando”.

-“Dile que me dé cinco minutos”.

-“Bien, pero recuerda lo que me dijiste hace mucho: si haces esperar mucho al cliente, se pierde la venta” -. La 99 se retiró y decidí tomar la iniciativa de limpiarme y hacerme presentable para el interesado. El agua ayudó a lavar las manchas de mi rostro, pero no me fue posible deshacerme de la esencia de ácido y carne quemada. Me quité la ropa y me puse un juego limpio del uniforme de la compañía.

Admirando el desastre provocado y resignándome a recibir el posible reproche del 21, puse mi frente en alto y atravesé las puertas. En efecto, mi cliente seguía esperando a que se consumara su orden. Se veía la desesperación en su rostro. Solía contratar a nuestra compañía con frecuencia, por lo que temí que la tardanza lo haría recurrir a la competencia. Rápido pensé en una manera de compensar mi falta de profesionalidad y dije:

“Lo lamento, su orden tardará unos minutos más, ¿le puedo ofrecer unas papas cortesía de la casa?”.

Llegué a la conclusión de que no sería ascendido ese día.